4 de agosto de 2013

Mr. Old Man



Fue por estas fechas, hace un par de años, el Mago aun no hacía acto de presencia y yo ni siquiera consideraba la idea de tener un alter ego como él. Un amigo mío me llamó y me dijo que, unos días antes, había cubierto los gastos para asistir a un congreso que se realizaría en la ciudad de Puebla, en donde habría conferencias y algunas otras cosas, pero en su trabajo le cancelaron el permiso que ya le habían dado (para faltar esa semana), y ya que no podía recuperar su dinero, me preguntó si yo quería ir en su lugar, a lo cual respondí que sí. No tenía muchas cosas que hacer y cualquier cambio de planes dentro de la aburrida agenda de pseudo-nini que llevaba por aquel entonces parecía interesante.

El viaje de Tehuacán a Puebla duró mucho más de lo esperado porque se estaban realizando algunos trabajos de reparación o algo así, pero la persona que me esperaba allá fue muy paciente y me esperó en la terminal de autobuses (hasta dos horas después de la hora señalada). Fuimos en su coche hasta su casa y, en el camino, me comentó que habían llegado más personas de las que esperaban y, por esa razón, su familia le daría hospedaje a un grupo de chicas que venían de la ciudad de México, y yo me quedaría en casa de su vecino, que vivía en la casa de en frente, le dije que no había problema, pero me pregunté si su vecino sería tan amable como él y si yo no sería una molestia para esta persona.

Después de cenar (una cena muy agradable, por cierto), me acompañaron a la casa del vecino, que era un hombre de ochenta y tantos, el cual me recibió amablemente y me invitó a pasar. Se respiraba un aire de solemnidad en aquel lugar. Me ofreció una taza de café y unas galletas (que, con el clima frío y lluvioso, me parecieron un detalle deliciosamente acertado). El hombre se limitaba a ir de aquí a allá sin hablar demasiado, y claro, yo tampoco hablaba (como siempre). Un silencio bastante incómodo que me hizo sentir un poco fuera de lugar: me hubiera quedado en casa, pensé. Después del café, subí al cuarto que aquella persona me señaló y acomodé mis cosas.

Al día siguiente, bajé a desayunar con él, pensando que un silencio incómodo no era tan malo, y al menos así no tendría que comprar mi desayuno en otro lado. Pero, en esta ocasión, él se mostró menos callado y empezó a preguntarme varias cosas (nombre, edad, estudias o trabajas, etc...), él me contó un poco acerca de su vida, y fue así como me enteré de que el pequeño chihuahua que andaba por ahí, siempre inquieto, era ya un anciano (en años de perro), que vivía con él desde que era un cachorro... y que el pobre se estaba quedando ciego (el señor no, el perrito). También me contó que la mujer que aparecía en los cuadros (que estaban por toda la casa) era su esposa, una mujer muy elegante que parecía ser una persona muy risueña, como si la felicidad fuera parte de su personalidad, ella había fallecido un par de años antes; pero al hablar de su difunta esposa él no parecía triste, tal vez un poco nostálgico, pero en su rostro se dibujaba una sonrisa mientras la recordaba, y a ratos, dejaba escapar algún suspiro que sugería que, aun después de tanto tiempo, él seguía muy enamorado de ella.

Después de esa conversación, cada vez que nos sentábamos a la mesa (ya sea para desayunar o cenar), terminábamos hablando sobre varios temas. Él me contó que tenía familiares en Tehuacán, que eran muy conocidos (y sí, si lo son, lo supe por los apellidos que son muy sonados por estos rumbos), pero hacía ya tanto tiempo que no hablaba con ellos. Yo le hablé sobre las ideas que tenía sobre la religión, la espiritualidad, las relaciones personales, y otros temas que surgieron quién sabe de dónde, él estuvo de acuerdo conmigo en varios puntos, y en algunos otros (muy pocos) simplemente se mostró tolerante. Me sorprendió un poco cuando, una mañana, al despedirme de él, me dijo que saldría a jugar tenis (por si regresaba antes y no lo encontraba en casa) y que en ocasiones se ponía a jugar futbol con los niños que vivían cerca de su casa; es una persona muy activa, pensé, ojalá yo pueda tener esa vitalidad cuando llegue a su edad. Aquel día compré mi comida en el comedor que habían "improvisado" dentro de las instalaciones en donde se realizaba el congreso, y me sentí un poco raro al no tener una conversación como las que había tenido con mi anfitrión en ocasiones anteriores, además de que nunca me ha gustado estar rodeado de muchas personas (y miren que el lugar estaba completamente lleno). El congreso era organizado por una sociedad cristiana, y aunque todos los asistentes parecían irradiar un aura de compañerismo, amistad, unión, y todas esas cosas, yo nunca me sentí parte del grupo, creo que nunca he logrado encajar correctamente dentro de un grupo, y mientras más grande es éste, más extraño me siento yo. En fin, escuché las conferencias sin hacer mucho caso a mi carácter poco sociable y me la pasé bien.

Al sentirse más en confianza, aquel hombre empezó a contarme muchas más anécdotas: sobre él, su esposa, sus hijos, sus amigos, etc... y hasta sacó la marimba que tenía guardada por ahí y tocó algunas canciones que interpretaba con sus amigos hacía ya varios años, cuando habían formado un trio, amigos a los cuales ya casi nunca veía.

El último día que estuve en aquel lugar, conversé nuevamente con aquel hombre (si no he mencionado su nombre es porque en realidad no lo recuerdo, ni siquiera recuerdo su rostro, pero su compañía y sus palabras me hicieron tanto bien en aquel tiempo que le estoy muy agradecido), en esta ocasión yo hablé muy poco, y sus palabras, menos triviales y más profundas parecían llegar en el momento preciso, meses después yo conocería al mago, y como mi alter ego, me recordaría algunos consejos que este hombre me dio antes de despedirme de él, aquel día: cosas sobre la vida, las relaciones con las demás personas, la espiritualidad, la introspección; incluso llegó a decirme que le parecía correcta la forma en que manejaba mi soledad, pero que no era apropiado para alguien como yo estar solo, y aun así, cuando llegara la persona indicada, yo sabría qué hacer. No supe que responder a todo esto y simplemente escuché con atención y le di las gracias por todos estos consejos.

Desayunamos algo ligero y, al terminar, su vecino tocó a la puerta y me dijo que ya estaba listo para llevarme nuevamente a la terminal, empaqué mis cosas y nos fuimos. El viaje de regreso transcurrió sin contratiempos. Al llegar a casa tuve la sensación de que todo esto había servido de algo, y que eventualmente esos consejos me ayudarían en algún momento.


Hoy me acordé de aquella persona mientras desayunaba, y aunque lo intenté, no pude recordar su nombre ni su rostro. Supongo que no hace falta, lo importante es que llegó en el momento preciso y en el lugar indicado. En donde quiera que esté, Gracias.

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