Hace un par de semanas estaba viendo en la TV un documental sobre los experimentos que los rusos realizaban a mediados del siglo XX en el area de la parapsicología, en ese documental hablaban de Nina Kulagina y sus extraordinarios poderes psíquicos, tambien mencionaban la capacidad que tenían algunas personas para "adivinar" el color y la forma de figuras geométricas que se encontraban impresas en hojas de papel, fenomeno comunmente conocido como clarividencia; para observar esta singular capacidad, los científicos cubrían con alguna tela las hojas impresas o las introducían dentro de sobres de aluminio y las personas palpaban la tela o el sobre, intentando adivinar lo que estaba impreso en las hojas. Curiosamente, algunas personas (en su mayoría mujeres) lograban descubrir lo que había en las hojas, algo sorprendente, sin duda.
Días después, mientras leía el libro Historias De Cronopios y De Famas de Julio Cortázar, me encontré con una historia que me hizo recordar aquel documental; al leer ese pequeño relato empecé reflexionar sobre la capacidad que tiene el ser humano para adaptarse al medio que lo rodea, y cómo en algunos casos, a falta de alguno de los 5 sentidos, los demás empiezan a agudizarse progresivamente...
Aunque claro, el breve relato de Julio Cortázar es, hasta cierto punto, increible... o talvez no (?) jeje
Acefalia (del libro Historias de Cronopios y de Famas)
A un señor le cortaron la cabeza, pero como después estalló una huelga y no pudieron enterrarlo, este señor tuvo que seguir viviendo sin cabeza y arreglárselas bien o mal.
En seguida notó que cuatro de los cinco sentidos se le habían ido con la cabeza. Dotado solamente de tacto, pero lleno de buena voluntad, el señor se sentó en un banco de la plaza Lavalle y tocaba las hojas de los árboles una por una, tratando de distinguirlas y nombrarlas. Así, al cabo de varios días pudo tener la certeza de que había juntado sobre sus rodillas una hoja de eucalipto, una de plátano, una de magnolia foscata y una piedrita verde.
Cuando el señor advirtió que esto último era una piedra verde, pasó un par de días muy perplejo. Piedra era correcto y posible, pero no verde. Para probar imaginó que la piedra era roja, y en el mismo momento sintió como una profunda repulsión, un rechazo de esa mentira flagrante, de una piedra roja absolutamente falsa, ya que la piedra era por completo verde y en forma de disco, muy dulce al tacto.
Cuando se dio cuenta de que además la piedra era dulce, el señor pasó cierto tiempo atacado de gran sorpresa. Después optó por la alegría, lo que siempre es preferible, pues se veía que, a semejanza de ciertos insectos que regeneran sus partes cortadas, era capaz de sentir diversamente. Estimulado por el hecho abandonó el banco de la plaza y bajó por la calle Libertad hasta la Avenida de Mayo, donde como es sabido proliferan las frituras originadas en los restaurantes españoles. Enterado de este detalle que le restituía un nuevo sentido, el señor se encaminó vagamente hacia el este o hacia el oeste, pues de eso no estaba seguro, y anduvo infatigable, esperando de un momento a otro oír alguna cosa, ya que el oído era lo único que le faltaba. En efecto, veía un cielo pálido como de amanecer, tocaba sus propias manos con dedos húmedos y uñas que se hincaban en la piel, olía como a sudor y en la boca tenía gusto a metal y a coñac. Sólo le faltaba oír, y justamente entonces oyó, y fue como un recuerdo, porque lo que oía era otra vez las palabras del capellán de la cárcel, palabras de consuelo y esperanza muy hermosas en sí, lástima que con cierto aire de usadas, de dichas muchas veces, de gastadas a fuerza de sonar y sonar.
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Peace&Love